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Comunicación e información

Mucho se ha escrito sobre la importancia de la colaboración desde una perspectiva instrumental para el logro de determinados resultados. No cabe duda de que la colaboración al interior de los equipos de trabajo permite conseguir con mayor facilidad determinados objetivos de productividad. El enfoque, sin embargo, debiese estar situado en primera instancia en las personas y no en los objetivos. La colaboración es la “huella ancestral” que nos ha acompañado por millones de años en la constitución de nuestro linaje humano. Y eso se nota: la genuina colaboración nos entrega bien-estar. El placer que nos entrega el colaborar nos retrotrae ni más ni menos que al modo de vivir que se comenzó a conservar generación tras generación desde hace 4,5 millones de años conformando “a fuego lento” nuestra identidad biológico-cultural. Por ello, la colaboración invita a mirar y cultivar una dinámica relacional donde la presencia legítima del otro es central; donde el escuchar es entender los criterios de validez que trae a la mano la otra persona en su explicar y no desde la óptica de una ideología que enceguece la apertura a la curiosidad; donde la conversación no es simplemente hablar sino que un danzar juntos en el encuentro que acopla y transforma fluidamente nuestros sentires, haceres y emociones. Lo central, entonces, es darle el suficiente protagonismo al cultivo de dinámicas colaborativas, y cuya realización no sea vea distorsionada por la manipulación instrumental que nos arrastra a la “conveniencia” de colaborar.

Es recurrente ver organizaciones humanas que basan su gestión primordialmente en la coordinación de entregas de “información” entre las distintas áreas siguiendo un determinado “workflow” que estandariza la coordinación. Pero reflexionemos un poco sobre lo que llamamos “información”. La información, es la culminación de una historia de coordinaciones recursivas. Por ello, la información nos hace sentido en la medida que haya sido fruto de una historia común de la cual fuimos partícipes. Veamos esto con más detalle. Probablemente, el primer día que llegamos a trabajar en una nueva organización, nos sentimos abrumados por la cantidad de información nueva que nos iba llegando desde distintos frentes; información que no siempre podíamos entender y aquilatar. Pero, seguramente, al cabo de unas semanas de trabajo, poco a poco nos fuimos familiarizando con ella. Así, en términos generales, la “información” cobra sentido como información cuando logramos desentrañar la historia de conversaciones que la originó.

La información nos resulta útil porque condensa y agiliza lo ya coordinado. Pero, por otro lado, desactiva la historia de convivencia que la originó. Cuando perdemos la noción de que la información es la resultante de una historia de conversaciones previas, la comenzamos a tratar como si fuera un en sí, restringiendo, además, la riqueza que entrega la oportunidad de generar nuevas conversaciones al no reflexionar sobre los fundamentos que originaron la información. En definitiva, se pierde el carácter social de la organización al reducirse la gestión en una mera coordinación automática de entregas y envíos de información, dejando además “el plato servido” para que los algoritmos de inteligencia artificial nos reemplacen. Más aún, en un presente donde las organizaciones se ven presionadas por bajas rentabilidades y una competencia feroz, la producción continua y arrebatada de información es vista como la “tabla de salvación” para afrontar las vicisitudes. De ello surge una desarmonía que desborda la gestión, pues la información en este caso no surge de una historia reposada de conversaciones históricas que anidan y condensan las dinámicas relacionales en la forma que llamamos información. Más bien, surge a destiempo y a contrarreloj en un sinsentido que no contextualiza. En definitiva, caemos inevitablemente en la tentación de sobredimensionar el valor de la información en desmedro de la conversación.

¿Cuántas veces negamos una conversación con nuestros colaboradores en el sentir de que es una pérdida de tiempo?

¿Qué porcentaje de tiempo en nuestro trabajo diario es sólo intercambio de informaciones?

¿No tenemos tiempo para reunirnos o no queremos reunirnos?

¿Nos sentimos abrumados y sobrepasados en la presión de generar información, día tras día, sin encontrarle el sentido a lo que hacemos?

Sostenemos que la información es la resultante de una conversación desde una historia que le da sentido y narrativa. El sentido y la narrativa nos conecta con un propósito; nos entrega el motor interno para el disfrute de nuestro trabajo y el sentirnos valorados.

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