Talleres de escritura creativa en las organizaciones: una ventaja competitiva en el mercado laboral del Siglo XXI

Cuando el año 1995 asistí a mi primer taller de escritura creativa, nunca imaginé que una actividad así pudiera concebirse para las oficinas de una compañía o institución; tampoco que un taller de esa naturaleza tuviera la capacidad de transformarse en un puente natural para que las organizaciones potenciaran sus equipos de trabajo, liderazgos y creatividad. Y mucho menos que sería yo uno de los actores involucrados en una empresa como esta.

Que las experiencias de escritura creativa permitan estimular la creatividad entre los trabajadores de una organización, no es una idea revolucionaria. Empresas como FasterCapital lo recomiendan para sus startups y no es descabellado pensar que en Silicon Valley, más de alguna compañía tecnológica (aunque no lo declare) utilice estos talleres para estos propósitos. Sin embargo, un enfoque con una perspectiva más holística, que redunde en un conocimiento interpersonal y una conexión emocional entre lideres y equipos de trabajo, es una novedad. 

Después de más de 20 años de experiencia como ingeniero, liderando proyectos de transformación y optimizando procesos de negocio, y tras haber dedicado mi tiempo libre al estudio de la literatura y la formación como escritor, tengo la convicción que implementar experiencias de escritura creativa al interior de las organizaciones puede transformarse en una ventaja competitiva. Sobre todo en un entorno laboral tan agitado como el que vivimos en la actualidad, donde la inteligencia artificial, los conflictos geopolíticos, la emergencia climática, las crisis políticas y las problemáticas propias de cada empresa tensionan nuestros espacios de trabajo y generan  incertidumbre profesional.

Ante ese escenario de aparente caos, podemos volcar la mirada (y nuestra lectura) en científicos como Humberto Maturana o filósofos como Byung-Chul Han, y (re)descubrir la potencialidad que tiene volver al acto primigenio y esencial que es comunicarnos, contarnos y contarle al otro nuestra historia. Con esas narraciones tendremos la oportunidad de conocernos en profundidad y conectar desde lo humano. Solo en esos espacios de intimidad y confianza, como plantea Paulo Henríquez Munita en su libro «Coherencia. Armonizando estrategia y cultura organizacional en tiempos de incertidumbre» (RIL Editores. Santiago de Chile, 2024), seremos capaces de sostener conversaciones significativas entre los colegas, creando un ambiente adecuado para que de forma genuina, haya interés por escucharnos y entender al otro. En una atmósfera así, donde cada uno tiene una disposición más reflexiva y serena para escucharse, podremos situar la ansiedad que la incertidumbre nos genera, en un lugar más ponderado. Y de paso, como un corolario mayúsculo para las empresas e instituciones, aprender a ser mejores líderes, a trabajar en equipo de manera más afiatada y dar espacio a la creatividad de forma más frecuente.

Ante esa propuesta, la pregunta obvia es, ¿cómo la escritura creativa entra en esta ecuación? La clave está en escribir y compartir esas narraciones.

Cuando escribimos no ficción o ficción, en el marco de un taller y compartimos nuestros textos, leyéndolos y escuchando de manera  activa, se genera un ambiente de complicidad entre los integrantes. A nivel individual, se estimula la expresión emocional y el autoconocimiento, se reduce el estrés y se mejora el bienestar emocional, se incentiva —cómo no— la creatividad, se fortalece la autoestima y la confianza, se mejora las habilidades de comunicación y escritura. A nivel grupal, se produce una conexión emocional y sentido de comunidad, se desarrolla la empatía y la comprensión mutua, hay deseos de retroalimentación, inspiración por osmosis, se exploran nuevas posibilidad y se resuelven conflictos, se promueve la diversidad creativa y se fortalece el sentido del logro colectivo.

Todo lo anterior lo he podido comprobar en los distintos centros culturales y compañías en que he impartido talleres de cuentos, relatos y escritura autobiográfica. No importa el segmento etario. Algo siempre ocurre. Algo positivo y constructivo. Incluso en asomos de conflictos o choques de egos, el resultado es siempre el mismo: las personas mejoran su escritura, pero lo hacen al amparo de una comunidad, conociéndose entre ellos, conectando desde y en lo emocional. 

Ahora bien, en el marco de una organización, esas narraciones, en mi entendimiento, deben tener un hilo conductor: una trama que nos haga reflexionar en torno a las problemáticas globales que afectan nuestro espacio laboral; una trama que nos permita, bajo un escenario de confianza y seguridad, hablar de nuestras biografías, porque ellas nos definen y caracterizan nuestro ser en el trabajo; una trama que nos impulse a develar nuestros mundos imaginados, porque ellos construyen los sueños colectivos y amplían la frontera de lo conocido en una organización. 

Es en esa cofradía que de forma inexorable se construirá en la organización, donde está la oportunidad de establecer conversaciones significativas y, como resultado natural, alcanzar una ventaja competitiva en las compañías e instituciones. Es cierto que estas conversaciones al interior de las organizaciones también podrían ocurrir subiendo una montaña, entrenando para una regata o participando en jornadas recreativas. Pero las narraciones solo quedarían en la oralidad del momento, no serían escritas ni mucho menos leídas en ese presente inmediato o en cualquier presente. 

El poder de la escritura tiene eso: ese halo de inmortalidad que la envuelve y al cual podemos recurrir siempre.

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